Un día normal y corriente, iba a comenzar mi primer día de clases, yendo con mis dos mejores amigas, una se llamaba Esther, otra Ana, y quedaba yo, Adalia. Cada paso que dábamos, era una sonrisa en nuestras caras, sonidos de risas por el aire, y una alegría que nunca se terminaría, pero al parecer era muy temprano para decirlo. Escuchábamos muchos murmullos sobre él, sí, Adolf Hitler, desde que él llegó todo es un infierno acá, aguantamos como podemos, yendo solamente a lugares que si aceptaban a los judíos, pero bueno, yo con que tenga salud, techo, comida, familia, amigos y educación, estoy más que conforme. Me encontraba siempre con mis amigas, eramos como hermanas, inseparables, siempre íbamos juntas a la escuela. Cada vez que terminaba el cole, llegaba a mi casa, y mi hermanito siempre me asustaba, yo odio los sustos, pero era tan adorable que se la tenía que devolver siempre. Mis padres, bueno, últimamente se los veía muy callados pero siempre me preguntan cómo me iba en